En 2000 ó 2001 vi, en la histórica y desaparecida tienda de discos Castelló de Barcelona, un extraño pack precintado de doble CD + grueso libreto titulado “Manhattan Research”, obra de un tal Raymond Scott, a quien no conocía de nada. Sin embargo, atraido fuertemente por su diseño retro y el contenido que la portada anunciaba (“abstracciones electrónicas”, “nuevos sonidos plásticos”, “inéditos de los 50 y 60”…), lo compré a ciegas en el mismo instante. Y a día de hoy, sigue siendo una de las mejores adquisiciones de mi vida.
Gracias al extenso libreto (en realidad todo un libro de más de 100 páginas) conocí con todo detalle quién era el tal Scott, así como su vida, obra y su inmersión absoluta y algo paranoide en el mundo del sonido electrónico a partir de 1958.
Intento sintetizarlo aquí: Raymond Scott (NYC, 1908-1994) fue un compositor, pianista, director de orquesta, ingeniero de sonido, y director de radio. Inicialmente se dedicaba básicamente al swing y al easy listening. Entre otras muchas cosas, en los años 40 y 50 consiguió celebridad gracias a diversas piezas compuestas como banda sonora de los dibujos animados de la Warner.
Era meticuloso y exigente hasta tal extremo que sus músicos, al parecer tratados con bastante despotismo, no soportaban trabajar con él por mucho tiempo, a la vez que él consideraba que no había ningún músico capaz de ejecutar su música a su plena satisfacción.
Fue precisamente esto lo que le impulsó a partir de finales de los años 40 a empezar a inventar, desarrollar, fabricar y programar extraños artefactos electrónicos que obedecieran sumisamente sus órdenes y así poder prescindir de los músicos. Con los años Scott hizo crecer un monumental estudio en su propia mansión, que ocupaba varias salas enteras, pero que muy poca gente tuvo el privilegio de ver, a causa del temor extremo a que sus ideas fueran copiadas.
Lamentablemente tales instalaciones e instrumentos de su invención (Clavivox, Circle Machine, Karloff, Bandito, Electronium, etc) los utilizó básicamente para la realización de jingles radiofónicos y sintonías para publicidad, pues su excesiva autoexigencia y su hermetismo rayano en lo paranoico le impidió salvo excepciones prácticamente finalizar y divulgar adecuadamente sus propias obras.
Uno de sus más emblemáticos inventos fue el Electronium, una visionaria máquina que estuvo desarrollando durante unos 15 años y cuya misión era componer y reproducir música, de manera instantánea y autónoma, de acuerdo a una serie de parámetros indicados por el autor. Inteligencia artificial avant-la-lettre: el sueño utópico de Scott era el de poder transmitir la música directamente de su pensamiento a una máquina que la ejecutara. El Electronium fue lo más parecido que pudo conseguir. El único ejemplar superviviente (aunque sin funcionar) que se conoce de este artefacto es desde hace años propiedad de Mark Mothersbaugh, uno de los miembros fundadores del grupo Devo. En 2017 se iniciaron trabajos para su restauración, al parecer no concluidos.
Los únicos trabajos electrónicos que Scott publicó comercialmente fue la serie de tres LPs "Soothing Sounds For Baby" de 1964, desarrollados junto a un tal “Instituto Gesell para el desarrollo del niño” y destinada nada más ni nada menos que a calmar y a la vez estimular diversas facetas del crecimiento de los bebés. Los tres volúmenes estaban dedicados respectivamente a bebés de 1 a 6, de 6 a 12, y de 12 a 18 meses. Fueron publicados en ediciones sumamente cortas por Epic.
Se trata de una música completamente electrónica, realizada en parte con el Electronium de su invención, así como otros instrumentos ajenos y añejos, como el Ondioline. Son por lo general temas bastante extensos, apacibles, muy minimalistas y ambientales, que generalmente repiten hasta lo mántrico melodías de aire infantil o ritmos que emulan objetos de la vida real (relojes, máquinas de escribir, etc) con leves evoluciones del sonido. Tengo serias dudas de cómo reaccionarían los infantes al escuchar estas juguetonas y marcianas letanías sintéticas, pero lo que está claro es que es una increíblemente pionera música ambiental. Brian Eno tardaría más de diez años en publicar su "Discreet Music".
Estos tres discos permanecieron prácticamente en el anonimato hasta que el sello holandés Basta Music los reeditó en 1997, tanto en formato CD como en vinilo de alta calidad, reproduciendo en este formato las portadas y textos originales.
Volviendo al inicio de esta entrada, ese fantástico “Manhattan Research” que compré a ciegas fue también publicado por Basta Music en 2000, y sirvió para dar a conocer de manera más amplia y general las chifladuras electrónicas de este caballero, hasta entonces prácticamente desconocido a pesar de todo el tiempo y recursos que dedicó en vida al asunto. Todo el material había estado archivado y oculto durante décadas. Tan sólo por el impresionante libreto de más de 100 páginas, plagado de fotos de época, toneladas de información, entrevistas, etc., vale su peso en oro. Y si añadimos el contenido sonoro de los 2 CDs, una excelsa recopilación plagada de prehistóricos sonidos sintéticos realizados por Scott desde sus herméticos laboratorios desde finales de los 50 y durante todos los 60, precisamente llamados Manhattan Research, podemos decir que estamos ante uno de los más importantes álbumes electrónicos jamás publicados.
En 2017 apareció por fin un segundo volumen, que llevaba muchos años anunciándose pero que nunca llegaba: “Three Willow Park”. Nunca, nunca me cansaré de recomendar encarecidamente ambas monumentales obras. La presente playlist de Spotify es un resumen de lo que más adoro de ellas.